jueves, 23 de junio de 2016


Paseando un día por el bosque me senté a descasar a orillas de un claro, apoye la espalda contra un tronco y me quede dormido. Al despertar oí un ruido confuso. La luz se filtraba oblicuamente por entre los árboles, dando al claro del bosque el aspecto de una majestuosidad catedral. Sobre una rama muerta estaba posado un enorme cuervo; tenía en el pico un polluelo que se retorcía.

Los sonidos que me había despertado eran los gritos de ira y angustia de los padres del pichón, que volaban impotentes en torno al claro. El reluciente monstruo negro era diferente a ellos. Trago, se limpió el pico contra la rama y luego se quedó quieto. De pronto comenzó a levantarse de toda la zona aledaña del bosque una algarabía de protesta. En el claro entraron volando pajaritos de media docena de especies, convocados por los lamentos de los padres. Y todos emitían gritos de dolor e indignación. El claro se llenó con el ruido de sus aleteos y chillidos. Aleteaban como señalando al asesino con la punta de las alas. El otro había quebrantado una ética intangible. Todos sabían que era un pájaro de la muerte. Y el asesino, el ave negra e intrusa en el corazón de la vida, seguía posado en su rama, reluciente a la luz del sol, quieto, impasible.

Ceso el coro plañidero y entonces presencie el dictamen de los pájaros. Fue un fallo a favor de la vida, en contra de la muerte. Jamás volveré a sentirlo tan claramente emitido. Jamás la oiré en notas más trágicamente prolongadas. En medio de su protesta, olvidaron la violencia. En el silencio del claro del bosque se oyó primero, tímidamente el reclamo alegre de un gorrión. Por último, tras penosos aleteos, otro se unió al canto, y luego varios más fueron entonando sus vivas notas, vacilantes al principio, como si algo vil se estuviese relegando lentamente al olvido. De pronto los demás pájaros tomaron aliento y muchas voces se sumaron al alegre coro. Cantaban porque la vida es bella, y la luz del sol hermoso. Entonaban melodías a la sombra siniestra del cuervo. En realidad ya habían olvidado completamente al torvo y maligno asesino, pues eran los cantores de la vida, y no de la muerte.

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