Paseando un día por el
bosque me senté a descasar a orillas de un claro, apoye la espalda
contra un tronco y me quede dormido. Al despertar oí un ruido confuso.
La luz se filtraba oblicuamente por entre los árboles, dando al claro
del bosque el aspecto de una majestuosidad catedral. Sobre una rama
muerta estaba posado un enorme cuervo; tenía en el pico un polluelo que
se retorcía.
Los sonidos que me había
despertado eran los gritos de ira y angustia de los padres del pichón,
que volaban impotentes en torno al claro. El reluciente monstruo negro
era diferente a ellos. Trago, se limpió el pico contra la rama y luego
se quedó quieto. De pronto comenzó a levantarse de toda la zona aledaña
del bosque una algarabía de protesta. En el claro entraron volando
pajaritos de media docena de especies, convocados por los lamentos de
los padres. Y todos emitían gritos de dolor e indignación. El claro se
llenó con el ruido de sus aleteos y chillidos. Aleteaban como señalando
al asesino con la punta de las alas. El otro había quebrantado una ética
intangible. Todos sabían que era un pájaro de la muerte. Y el asesino,
el ave negra e intrusa en el corazón de la vida, seguía posado en su
rama, reluciente a la luz del sol, quieto, impasible.
Ceso el coro plañidero y
entonces presencie el dictamen de los pájaros. Fue un fallo a favor de
la vida, en contra de la muerte. Jamás volveré a sentirlo tan claramente
emitido. Jamás la oiré en notas más trágicamente prolongadas. En medio
de su protesta, olvidaron la violencia. En el silencio del claro del
bosque se oyó primero, tímidamente el reclamo alegre de un gorrión. Por
último, tras penosos aleteos, otro se unió al canto, y luego varios más
fueron entonando sus vivas notas, vacilantes al principio, como si algo
vil se estuviese relegando lentamente al olvido. De pronto los demás
pájaros tomaron aliento y muchas voces se sumaron al alegre coro.
Cantaban porque la vida es bella, y la luz del sol hermoso. Entonaban
melodías a la sombra siniestra del cuervo. En realidad ya habían
olvidado completamente al torvo y maligno asesino, pues eran los
cantores de la vida, y no de la muerte.
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