miércoles, 20 de enero de 2016
viernes, 15 de enero de 2016
Que hacer el bien común tiene su beneficio
Había
una vez un señor con una buena posición económica, y un día puso parte
de su fortuna en un hueco en medio del camino, y lo tapo con una enorme
roca por donde caminaban las personas. Cuando los del pueblo pasaban por
el camino, la miraban y nadie se atrevía a moverla porque cada uno de
ellos pensaban en si mismos y no en el resto. Y la piedra continuaba sin
moverse varios días, semanas y nadie se atrevía a moverla.
Hasta que un día un niño pasaba por ahí y vio que la piedra estorbaba el camino a todos y decidió moverla. Y por fin la movió con mucho esfuerzo. Grande fue su sorpresa al encontrar debajo de la piedra una bolsa con mucho dinero y un mensaje que decía: “Que hacer el bien común tiene su beneficio”.
Hasta que un día un niño pasaba por ahí y vio que la piedra estorbaba el camino a todos y decidió moverla. Y por fin la movió con mucho esfuerzo. Grande fue su sorpresa al encontrar debajo de la piedra una bolsa con mucho dinero y un mensaje que decía: “Que hacer el bien común tiene su beneficio”.
martes, 12 de enero de 2016
Cuando en una ocasión tuve que trasladarme para hacer una diligencia, y el sol arriba me invitaba a caminar en vez de ir en ómnibus, mis pasos me llevaron a un parque conocido del lugar en las cercanías de la playa en un malecón, para hacer un paréntesis. Y me vi parado frente al mar.
De
pronto me vino a la memoria cuando era un niño, miraba desde la ventana
del comedor a dos vecinos amigos enterrar bajo un gran árbol a su
perro, que había sido atropellado por un automóvil. Yo nunca había
querido mucho al animal, pero como sabia que ellos lo adoraban más que a
nada en el mundo, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, de
pensar que hubiera sido mi perro si lo tuviese. En
ese momento me llamo mi madre, diciéndome que deseaba mostrarme algo. Y
a través de otra ventana me señalo tres retoños que habían florecido en
el jardín. Al
volverme con la intención de salir corriendo por verlos de cerca y
olerlos, mi madre me puso su mano bajo el mentón y, fijando en mí sus
tiernos ojos llenos de sabiduría, me dijo:
-La ventana por la cual mirabas no era la que te convenía, hasta que crezcas y lo entenderás.
sábado, 9 de enero de 2016
Estar
extraviado y aprender con humildad son dos cosas muy parecidas. Después
de la primera impresión de desconcierto, estar perdido puede
convertirse en una experiencia, y muy agradable por cierto, como la que
viví una vez cuando viaje a un distrito lejano hace ya un tiempo atrás.
De pronto me vi en una plaza cuyas calles eran de una sensación
acogedora. En unos pequeños puestos había gente que vendían de todo
sentados en banquillos y otros en el suelo. Una mujer trataba de
venderme un par de aretes de fantasías y unos collarines muy bien
labradas. “Para su noviecita”, decía. Y salí comprándole aquellos
aretes y el collarín.
Cuando
llegue al paradero a pedir indicaciones para llegar que ómnibus tomar
para regresar a mi casa, fue cuando empecé a disfrutar del placer de
estar extraviado. Fueron maravillosas las cosas que vi entonces, y que
de otra manera jamás habría visto. Vi a una anciana vendedora de flores,
con su canasta ya vacía, excepto por una rosa amarilla. Se había
descalzado y se frotaba los pies mientras en el rostro se le dibujaba
una complacida sonrisa, en la que traslucían los afanes del día. Le
compre la rosa amarilla. Vi luego a un vendedor de revistas con barba
blanca como la nieve, como si el sol invernal atisbara entre nubes de
tormenta. Le compre la revista. Ya de regreso vi a un intelectual muy
anciano que dormía en un asiento, frente al mío en el carro, con un
libro abierto sobre las piernas, en su frente había arrugas de una vida
consagrada al estudio; poco antes de bajarme del ómnibus, lo vi
despertar y sonreía a su libro, como si le pidiera perdón por haberse
quedado dormido; me sonrió y me dijo: “La gran luz esta menguando”.
Por
último, al bajar del ómnibus, ya estaba oscureciendo la tarde, y tome
la dirección correcta y me saludo un cielo en el que solo se veía una
estrella solitaria. Dios no había apagado todas las luces de su casa;
dejo una para que guiara las almas rumbo al hogar, para que nadie se
perdiera.
No
fueron muchos mis tesoros aquella tarde: una rosa, una revista, el
recuerdo de una sonrisa, la luz de una estrella. Pero, ¿de qué está
hecha la vida, si no de estas pequeñas cosas?
viernes, 8 de enero de 2016
En
realidad, lo que verdaderamente se opone al amor no es el odio ni mucho
menos el temor, sino la indiferencia. El odio, a pesar de su maldad,
por lo menos trata al semejante como un tu, mientras que la indiferencia
lo convierte en un ello, en un objeto. Por esta razón podemos decir
que, de hecho, hay algo peor que el mismo mal, y es la indiferencia ante
el mal. En las relaciones humanas, el nadir de la moralidad, el punto
mas bajo de la ética cristiana, se manifiesta en la frase: “Me importa
un bledo”. D.R.
jueves, 7 de enero de 2016
Después
del egoísmo, la causa principal de insatisfacción en la vida es haber
perdido el afán de saber. Una mente cultivada –y no me refiero a la de
un filosofo o un intelectual, sino a la de cualquier hombre ante quien
se hayan abierto las fuentes del conocimiento y que ha aprendido, en
cierto grado, a ejercitar sus facultades- encuentra manantial inagotable
de interés en cuanto le rodea: en las maravillas de la naturaleza, los
triunfos del arte, la imaginación de los poetas, los incidentes de la
historia, los azares pasados y presentes de la humanidad y las
perspectivas del porvenir.
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