viernes, 15 de enero de 2016

Que hacer el bien común tiene su beneficio

Había una vez un señor con una buena posición económica, y un día puso parte de su fortuna en un hueco en medio del camino, y lo tapo con una enorme roca por donde caminaban las personas. Cuando los del pueblo pasaban por el camino, la miraban y nadie se atrevía a moverla porque cada uno de ellos pensaban en si mismos y no en el resto. Y la piedra continuaba sin moverse varios días, semanas y nadie se atrevía a moverla. 

Hasta que un día un niño pasaba por ahí y vio que la piedra estorbaba el camino a todos y decidió moverla. Y por fin la movió con mucho esfuerzo. Grande fue su sorpresa al encontrar debajo de la piedra una bolsa con mucho dinero y un mensaje que decía: “Que hacer el bien común tiene su beneficio”.

martes, 12 de enero de 2016


Cuando en una ocasión tuve que trasladarme para hacer una diligencia, y el sol arriba me invitaba a caminar en vez de ir en ómnibus, mis pasos me llevaron a un parque conocido del lugar en las cercanías de la playa en un malecón, para hacer un paréntesis. Y me vi parado frente al mar.

De pronto me vino a la memoria cuando era un niño, miraba desde la ventana del comedor a dos vecinos amigos enterrar bajo un gran árbol a su perro, que había sido atropellado por un automóvil. Yo nunca había querido mucho al animal, pero como sabia que ellos lo adoraban más que a nada en el mundo, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, de pensar que hubiera sido mi perro si lo tuviese. En ese momento me llamo mi madre, diciéndome que deseaba mostrarme algo. Y a través de otra ventana me señalo tres retoños que habían florecido en el jardín. Al volverme con la intención de salir corriendo por verlos de cerca y olerlos, mi madre me puso su mano bajo el mentón y, fijando en mí sus tiernos ojos llenos de sabiduría, me dijo:

-La ventana por la cual mirabas no era la que te convenía, hasta que crezcas y lo entenderás.

sábado, 9 de enero de 2016

Estar extraviado y aprender con humildad son dos cosas muy parecidas. Después de la primera impresión de desconcierto, estar perdido puede convertirse en una experiencia, y muy agradable por cierto, como la que viví una vez cuando viaje a un distrito lejano hace ya un tiempo atrás. De pronto me vi en una plaza  cuyas calles eran de una sensación acogedora. En unos pequeños puestos había gente que vendían de todo sentados en banquillos y otros en el suelo. Una mujer trataba de venderme un par de aretes de fantasías y unos collarines muy bien labradas. “Para su noviecita”, decía. Y salí  comprándole aquellos aretes y el collarín.

Cuando llegue al paradero a pedir indicaciones para llegar que ómnibus tomar para regresar a mi casa, fue cuando empecé a disfrutar del placer de estar extraviado. Fueron maravillosas las cosas que vi entonces, y que de otra manera jamás habría visto. Vi a una anciana vendedora de flores, con su canasta ya vacía, excepto por una rosa amarilla. Se había descalzado y se frotaba los pies mientras en el rostro se le dibujaba una complacida sonrisa, en la que traslucían los afanes del día. Le compre la rosa amarilla. Vi luego a un vendedor de revistas con barba blanca como la nieve, como si el sol invernal atisbara entre nubes de tormenta. Le compre la revista. Ya de regreso vi a un intelectual muy anciano que dormía en un asiento, frente al mío en el carro, con un libro abierto sobre las piernas, en su frente había arrugas de una vida consagrada al estudio; poco antes de bajarme del ómnibus, lo vi despertar y sonreía a su libro, como si le pidiera perdón por haberse quedado dormido; me sonrió y me dijo: “La gran luz esta menguando”.

Por último, al bajar del ómnibus, ya estaba oscureciendo la tarde, y tome la dirección correcta y me saludo un cielo en el que solo se veía una estrella solitaria. Dios no había apagado todas las luces de su casa; dejo una para que guiara  las almas rumbo al hogar, para que nadie se perdiera.

No fueron muchos mis tesoros aquella tarde: una rosa, una revista, el recuerdo de una sonrisa, la luz de una estrella. Pero, ¿de qué está hecha la vida, si no de estas pequeñas cosas?  

viernes, 8 de enero de 2016

En realidad, lo que verdaderamente se opone al amor no es el odio ni mucho menos el temor, sino la indiferencia. El odio, a pesar de su maldad, por lo menos trata al semejante como un tu, mientras que la indiferencia lo convierte en un ello, en un objeto. Por esta razón podemos decir que, de hecho, hay algo peor que el mismo mal, y es la indiferencia ante el mal. En las relaciones humanas, el nadir de la moralidad, el punto mas bajo de la ética cristiana, se manifiesta en la frase: “Me importa un bledo”.  D.R.

jueves, 7 de enero de 2016

Después del egoísmo, la causa principal de insatisfacción en la vida es haber perdido el afán de saber. Una mente cultivada –y no me refiero a la de un filosofo o un intelectual, sino a la de cualquier hombre ante quien se hayan abierto las fuentes del conocimiento y que ha aprendido, en cierto grado, a ejercitar sus facultades- encuentra manantial inagotable de interés en cuanto le rodea: en las maravillas de la naturaleza, los triunfos del arte, la imaginación de los poetas, los incidentes de la historia, los azares pasados y presentes de la humanidad y las perspectivas del porvenir.                            

  Yo, para todo viaje -siempre sobre la madera de mi vagón tercera, voy ligero de equipaje. Si es de noche, porque no acostumbro a dormir yo...