jueves, 30 de junio de 2016


Sostengo que es un ente el pensamiento, dotado de alas, de un cuerpo y de un aliento; y que al mundo por nosotros es enviado para llenarlo con su bueno o malo resultado. Nuestro secreto pensamiento, así llamado, va de nosotros al rincón mas apartado, dejando bendiciones o desgracias, como huellas tras de si, por donde pasa. Nuestro futuro el pensamiento va labrando, sin enterarnos de que tal esta pasando, empero el universo a si se fue formando. El pensamiento es otro nombre del destino; escoge pues, tu suerte y tu camino, que del rencor nace el rencor, mas del amor, amor divino... 

 Henry Van Dyke

sábado, 25 de junio de 2016


Hace unos días acompañe a un  amigo mío al puesto de periódicos, en el que compraba un periódico y dio cortésmente las gracias al recibirlo. Me extrañe que el vendedor no le correspondió ni siquiera con un simple ademán.

-Huraño el tipo, ¿no te parece? – comente al alejarnos.

-Siempre es así –repuso mi amigo encogiéndose de hombros.

-Pues entonces, ¿porque eres atento con él?

-¿Y porque no he de serlo? ¿Ha de ser el, y no yo mismo, quien decida como he de actuar?

Al reflexionar en esta experiencia deduje que la palabra más significativa empleada por mi amigo fue actuar. En el trato con los demás, mi amigo actúa, en tanto que la mayoría de nosotros reaccionamos de acuerdo con la actuación ajena. Posee mi amigo el íntimo equilibrio que nos falta a la generalidad de los hombres. Tiene clara conciencia de su personalidad, de sus convicciones, de la manera como debe comportarse. Rehúsa corresponder a la descortesía de los demás mostrándose el mismo en la misma actitud, porque hacerlo así sería perder el dominio de la propia conducta.

El mandamiento del Evangelio que nos enseña a vencer el mal con el bien, se ve un precepto ético vital; añadido como una valiosa salud emocional.

No hay infelicidad comparable a la del hombre que en vez de actuar se limita solo a reaccionar. El centro de gravedad de sus emociones reside en el mundo exterior, no en su mundo íntimo, que es en donde debiera residir. Fluctúa de continuo el temple de su ánimo: ora sube, ora baja, influido siempre por el clima social en que se halle; vive a merced  de las mudables condiciones del ambiente.


Si las alegrías le llenan de euforia que sobre ser falsa es efímera, porque no nace de la seguridad del propio merecimiento, las censuras le deprimen más de lo justo, porque le confirman en las dudas que abriga acerca de sí mismo. Cualquier desaire le hiere; la sola sospecha de que no es persona bien vista en determinado grupo, le enfurece.

No gozara jamás de serenidad de espíritu quien no sea dueño de sus actos. Permitir que dependa de extraños nuestra amabilidad o nuestra rudeza, nuestro entusiasmo o nuestro abatimiento, equivale a dejar que sean otros los que rijan nuestra personalidad, la cual es, en último análisis, lo más nuestro. Bien mirado, el único y verdadero dominio del hombre es el dominio de sí mismo.

jueves, 23 de junio de 2016


Paseando un día por el bosque me senté a descasar a orillas de un claro, apoye la espalda contra un tronco y me quede dormido. Al despertar oí un ruido confuso. La luz se filtraba oblicuamente por entre los árboles, dando al claro del bosque el aspecto de una majestuosidad catedral. Sobre una rama muerta estaba posado un enorme cuervo; tenía en el pico un polluelo que se retorcía.

Los sonidos que me había despertado eran los gritos de ira y angustia de los padres del pichón, que volaban impotentes en torno al claro. El reluciente monstruo negro era diferente a ellos. Trago, se limpió el pico contra la rama y luego se quedó quieto. De pronto comenzó a levantarse de toda la zona aledaña del bosque una algarabía de protesta. En el claro entraron volando pajaritos de media docena de especies, convocados por los lamentos de los padres. Y todos emitían gritos de dolor e indignación. El claro se llenó con el ruido de sus aleteos y chillidos. Aleteaban como señalando al asesino con la punta de las alas. El otro había quebrantado una ética intangible. Todos sabían que era un pájaro de la muerte. Y el asesino, el ave negra e intrusa en el corazón de la vida, seguía posado en su rama, reluciente a la luz del sol, quieto, impasible.

Ceso el coro plañidero y entonces presencie el dictamen de los pájaros. Fue un fallo a favor de la vida, en contra de la muerte. Jamás volveré a sentirlo tan claramente emitido. Jamás la oiré en notas más trágicamente prolongadas. En medio de su protesta, olvidaron la violencia. En el silencio del claro del bosque se oyó primero, tímidamente el reclamo alegre de un gorrión. Por último, tras penosos aleteos, otro se unió al canto, y luego varios más fueron entonando sus vivas notas, vacilantes al principio, como si algo vil se estuviese relegando lentamente al olvido. De pronto los demás pájaros tomaron aliento y muchas voces se sumaron al alegre coro. Cantaban porque la vida es bella, y la luz del sol hermoso. Entonaban melodías a la sombra siniestra del cuervo. En realidad ya habían olvidado completamente al torvo y maligno asesino, pues eran los cantores de la vida, y no de la muerte.

martes, 21 de junio de 2016

Cuando era un niño, pedí de regalo una bicicleta el día de Navidad, y mientras por un lado porfiaba yo en suplicas, por el otro imploraba fervorosamente el auxilio del cielo todas las noches. No me regalaron la bicicleta, pero recibí en cambio una lección que me ha sido infinitamente útil y precioso más que nada.

Cuando mi madre sentencio en tono inapelable: <<Tendrás que ir conformándote. No te puedo regalar la bicicleta>> yo respondí: <<Tal vez se haga un milagro. >> -Un milagro es algo mas que alcanzar uno lo que pide –dijo mi madre-. A veces hay un milagro mayor en no recibir lo que se pide.
Todavía no he conocido a nadie que, por muy profundamente contrariado que estuviera, no se haya sentido confortado o fortalecido al convencerse de que no hay oración que no sea oída. Dios no siempre responde que si, pero responde.

Hay mucha gente que deja de orar porque se considera defraudada en sus ruegos. Y eso se debe a que en tal o cual ocasión rezaron por la salud de un ser querido, o porque Dios les concediera fuerzas para vencer una flaqueza moral, o para que consiguiese un empleo buscado. Y han visto morir al ser querido, o han caído por centésima vez en el mismo arraigado hábito vicioso, o no han conseguido el empleo. << ¿De que sirve rezar? –se preguntan con desconsuelo- ¡Dios no me has escuchado!>>

Pocas veces nos damos cuenta de que una desilusión, o sea: el librarse de una falsa creencia, es quizás una de las cosas mas saludable que nos puede ocurrir, sobre todo a los que han tenido siempre a Dios por una especie de Rey Mago o como el genio de la Lámpara Maravillosa que todo lo complace que, a fuerza de oraciones da cuanto le pedimos.

¿Qué es entonces la oración?  Pues, es nada menos que una conversación con Dios. Si, es verdad, si hiciéramos de la plegaria un modo de conversación, habríamos comprendido su verdadera naturaleza. En vez de una conversación con Dios, solemos convertirla en un ultimátum.

Las oscuras garras de la desesperación no podrán hacer presa en nuestro animo si confiamos nuestras penas a un amigo leal que las comprenda, y ese es el secreto del alivio que recibe el alma atribulada cuando da con una persona a la cual pueda confiar libremente sus penas. He ahí el bálsamo que encuentra el corazón atormentado cuando acude al Consejero para quien todos los corazones están abiertos, que conoce todos nuestros deseos y a quien no se oculta ningún secreto ni pensamiento alguno.

Un himno muy bonito dice que << la oración del alma es el medio de solaz que surge en el corazón y da paz. ..>> Muchas personas que no se arrodillarían nunca en una iglesia acuden a tenderse sin titubear en el sofá del siquiatra, a pesar de que cada día son más los consejeros que cuando nos ponemos a reunir o volver a reunir los dispersos fragmentos de nuestra personalidad, iniciamos una tarea que, llevada su lógica consecuencia, se convierte en una oración.

La oración es, con toda certeza, la expresión del sincero deseo de un alma. Y somos muy contados los que acertamos a ver los milagros que se obran en torno nuestro, porque no sabemos que es lo que en realidad deseamos en este mundo. Muchas veces no empezamos a descubrirlo hasta que se nos viene el mundo encima y nos obliga a contemplar la existencia bajo un nuevo aspecto, aspecto que acaso se nos presenta por primera vez cuando Dios nos dice ¡No!

A la hora del desengaño no es precisamente a Dios y sus propósitos a quien debemos hacer objeto de muestras dudas. Por intenso que sea nuestro deseo, por vivo que sea el fervor con que pedimos, cuando Dios dice que <<no>> debemos someter a escrupuloso examen tanto nuestras peticiones como nuestra conciencia. Muy a menudo deberíamos preguntarnos si la causa de que no sean escuchadas nuestras oraciones reside en las oraciones o en nosotros mismos.

Con todo, seriamos ciegos si no reconociésemos que aun cuando nuestros deseos sean legítimos y aun cuando nosotros seamos dignos de alcanzarlos, Dios, sin embargo, puede decir ¡No! ¿Por qué?

Lamentablemente, a menudo sucede que solo el tiempo es capaz de darnos la razón de esa negativa. Pero si a la par del grito de duda y sorpresa que se nos sube tantas veces en los labios: << ¿Porque, Dios mío, porque?... nos contentamos con decirnos sencillamente: <<Por algo será, y algún día lo sabré>>  nos evitaremos innumerables tribulaciones.

Hay además del si y del no, una tercera respuesta que Dios da con harta frecuencia. Cuando yo pedía algo a mi madre, ella solía decirme: <<Veremos, veremos. Ten paciencia y haz todo o que puedas por conseguirlo tu mismo… y ya veremos. >> Esta es, me parece a mí, la respuesta que Dios da a muchas de nuestras plegarias.

Otras veces la suerte de nuestras oraciones depende del grado en que situación nos encontremos con Dios, es decir, que esto tiene que ver en que nuestro decir y hacer no sea a nuestro modo de ver, sino que sean congruentes a lo que El ya sentencio en su Palabra.

Tomas Edison decía: <<No sabemos ni la cien millonésima parte de nada. No sabemos la naturaleza de la electricidad. Ignoramos lo que es el calor. Hemos levantado toneladas de hipótesis acerca de todas estas cosas. Eso es todo. Mas no por eso dejamos de utilizarlas. >>

Otro tanto sucede con la oración. En realidad, no sabemos ni la cien millonésima parte acerca de ella. Sin embargo, lo que debemos saber es que Dios sin nuestras oraciones seguirá siendo El mismo, mientras que nosotros sin la oración imposible  encontrar otro puente para allegarnos a Dios.


sábado, 18 de junio de 2016

Son pocos, y aun esos pocos,  muy raras veces, los que conocen la alegría plena, un gozo de paz, aquel estado de encontrarse uno fuera de sí mismo y fuera del tiempo, sobrecogido por una emoción abrumadora. Pero existen también alegrías menores para todos, no obstante la monotonía de nuestros días o la limitación de nuestra vida. Algo que se ve, algo que se oye, algo que se siente, conmueve de pronto nuestro ser con un hálito de frescura; y el corazón triste, o cansado o meramente indiferente, se agita y responde embelesado.

Aun me acuerdo mi primer gozo de alegría, cuando mi madre me llevo por primera vez a la playa. Recuerdo muy bien ese día, y no siendo citadino no conocía el mar.  Tendría, pues, unos nueve años, era setiembre y aunque no era temporada pero  por conocerlo por primera vez ya me encontraba en la playa. Aquella tarde por el lado occidental el cielo resplandecía de llamas y oro derretido; y fuego y oro brillaban en las movedizas facetas del agua. Por el oriente, en cambio, el cielo era de perla y en el subía la luna derramando pálida plata sobre el azul gris del mar.

No me había recobrado aun de la sorpresa que me produjo tan hermoso contraste, cuando un aeroplano, igual, no sabía lo que era eso, un gran pájaro plateado, mucho más raro, desconocido para mí y al mismo tiempo maravilloso, apareció súbitamente de en medio de la puesta del sol y volando sobre la larga y solitaria playa, confundiéndose hasta desparecer en las profundidades del claro de luna. Mi corazón de niño revoloteo dentro de mi pecho como un pájaro enjaulado y mi memoria conserva esa escena inolvidable, con tan vividos y suaves colores, como la primera vez que la presencie. Desde aquella época, ese recuerdo ha sido para mí como una especie de medida; si lo que veo u oigo me hace sentir de nuevo todo aquello que en aquel entonces sentí, se al punto que es uno de esos pequeños gozos de alegría.

De estos han existido un sin número con el correr de los años: la cálida fragancia de la llegada de la estación del verano, sobre las piedras de un muro; el pasaje de una suave melodía; el compartir una franca y espontánea risa;  el canto de un pájaro en la fría oscuridad de una tranquila mañana invernal; el olor a humedad y algas marinas en un muelle.

Una mañana cuando me dirigía a otro distrito hacia el este, al son del caer de la llovizna,  y absorto en mis pensamientos, cuando al levantar los ojos a través de la ventana del ómnibus que devoraba la distancia alejándome del lugar de donde partí, vi que la suave llovizna súbitamente despareció, para dar paso a suaves y alegres rayos de sol, un hermoso cielo despejado, nítidas nubes flotando en una gran sabana azul. Por un breve momento, mi  corazón triste y herido conoció de nuevo la alegría del universo; y, me acorde de que leí un poema: “ABRACE DE NUEVO LA VIDA CONTRA MI PECHO, Y CON HERIDAS Y TODO, LA BESE” y de regreso me traje esa alegría del universo en mi alma.

Vale la pena captar y apreciar tales momentos cuando llegan; y guardar deliberadamente su recuerdo es una nueva dicha, pues el atesorar estos pequeños gozos produce un más vivo y perdurable placer que todos los autógrafos y pequeñas chucherías de los coleccionistas del mundo. No cuesta sino un  pequeño libro de apuntes y el tiempo que se gasta en anotar unas pocas palabras que nos traerán vívidamente a la memoria a aquellos hechos que el tiempo ha apocado y cubierto de polvo de la vida diaria.

 Vale la pena captar y apreciar tales momentos cuando llegan; y guardar deliberadamente su recuerdo es una nueva dicha, pues el atesorar estos pequeños gozos produce un más vivo y perdurable placer que todos los autógrafos y pequeñas chucherías de los coleccionistas del mundo. No cuesta sino un  pequeño libro de apuntes y el tiempo que se gasta en anotar unas pocas palabras que nos traerán vívidamente a la memoria a aquellos hechos que el tiempo ha apocado y cubierto de polvo de la vida diaria.

Anotándolos, lo conservamos para nosotros y nos recuerdan en nuestros momentos de desconcierto y confusión que esos dichosos momentos que tuvimos en un pasado podrán repetirse en lo futuro. Anotarlos y atesorarlos, no solamente hace nuestra alegría más viva y sutil, sino que nos torna más vigilantes y cautos, y es muy poco probable que los dejemos pasar inadvertidos, ya sea por pereza o indiferencia. Nos sirven, en fin, para pulir y dar lustre al lente a través del cual vemos el mundo que nos rodea.

Cuando los helados vientos de un futuro incierto silben en nuestros oídos, y esos tesoros familiares que hemos conservado grata y cariñosamente parezcan eclipsarse y desaparecer, entonces aquella colección de pequeños gozos puede llegar a ser una fuente de recóndita alegría, invisible e inextinguible.

Fragmentos de belleza y verdad yacen en cada sendero. Solo se necesita un ojo alerta y una mente atesoradora, para convertir aquellos fragmentos auténticos y pequeños gozos que iluminaran las etapas de nuestra existencia con la  inconfundible luz de las estrellas.

  Yo, para todo viaje -siempre sobre la madera de mi vagón tercera, voy ligero de equipaje. Si es de noche, porque no acostumbro a dormir yo...