martes, 21 de junio de 2016

Cuando era un niño, pedí de regalo una bicicleta el día de Navidad, y mientras por un lado porfiaba yo en suplicas, por el otro imploraba fervorosamente el auxilio del cielo todas las noches. No me regalaron la bicicleta, pero recibí en cambio una lección que me ha sido infinitamente útil y precioso más que nada.

Cuando mi madre sentencio en tono inapelable: <<Tendrás que ir conformándote. No te puedo regalar la bicicleta>> yo respondí: <<Tal vez se haga un milagro. >> -Un milagro es algo mas que alcanzar uno lo que pide –dijo mi madre-. A veces hay un milagro mayor en no recibir lo que se pide.
Todavía no he conocido a nadie que, por muy profundamente contrariado que estuviera, no se haya sentido confortado o fortalecido al convencerse de que no hay oración que no sea oída. Dios no siempre responde que si, pero responde.

Hay mucha gente que deja de orar porque se considera defraudada en sus ruegos. Y eso se debe a que en tal o cual ocasión rezaron por la salud de un ser querido, o porque Dios les concediera fuerzas para vencer una flaqueza moral, o para que consiguiese un empleo buscado. Y han visto morir al ser querido, o han caído por centésima vez en el mismo arraigado hábito vicioso, o no han conseguido el empleo. << ¿De que sirve rezar? –se preguntan con desconsuelo- ¡Dios no me has escuchado!>>

Pocas veces nos damos cuenta de que una desilusión, o sea: el librarse de una falsa creencia, es quizás una de las cosas mas saludable que nos puede ocurrir, sobre todo a los que han tenido siempre a Dios por una especie de Rey Mago o como el genio de la Lámpara Maravillosa que todo lo complace que, a fuerza de oraciones da cuanto le pedimos.

¿Qué es entonces la oración?  Pues, es nada menos que una conversación con Dios. Si, es verdad, si hiciéramos de la plegaria un modo de conversación, habríamos comprendido su verdadera naturaleza. En vez de una conversación con Dios, solemos convertirla en un ultimátum.

Las oscuras garras de la desesperación no podrán hacer presa en nuestro animo si confiamos nuestras penas a un amigo leal que las comprenda, y ese es el secreto del alivio que recibe el alma atribulada cuando da con una persona a la cual pueda confiar libremente sus penas. He ahí el bálsamo que encuentra el corazón atormentado cuando acude al Consejero para quien todos los corazones están abiertos, que conoce todos nuestros deseos y a quien no se oculta ningún secreto ni pensamiento alguno.

Un himno muy bonito dice que << la oración del alma es el medio de solaz que surge en el corazón y da paz. ..>> Muchas personas que no se arrodillarían nunca en una iglesia acuden a tenderse sin titubear en el sofá del siquiatra, a pesar de que cada día son más los consejeros que cuando nos ponemos a reunir o volver a reunir los dispersos fragmentos de nuestra personalidad, iniciamos una tarea que, llevada su lógica consecuencia, se convierte en una oración.

La oración es, con toda certeza, la expresión del sincero deseo de un alma. Y somos muy contados los que acertamos a ver los milagros que se obran en torno nuestro, porque no sabemos que es lo que en realidad deseamos en este mundo. Muchas veces no empezamos a descubrirlo hasta que se nos viene el mundo encima y nos obliga a contemplar la existencia bajo un nuevo aspecto, aspecto que acaso se nos presenta por primera vez cuando Dios nos dice ¡No!

A la hora del desengaño no es precisamente a Dios y sus propósitos a quien debemos hacer objeto de muestras dudas. Por intenso que sea nuestro deseo, por vivo que sea el fervor con que pedimos, cuando Dios dice que <<no>> debemos someter a escrupuloso examen tanto nuestras peticiones como nuestra conciencia. Muy a menudo deberíamos preguntarnos si la causa de que no sean escuchadas nuestras oraciones reside en las oraciones o en nosotros mismos.

Con todo, seriamos ciegos si no reconociésemos que aun cuando nuestros deseos sean legítimos y aun cuando nosotros seamos dignos de alcanzarlos, Dios, sin embargo, puede decir ¡No! ¿Por qué?

Lamentablemente, a menudo sucede que solo el tiempo es capaz de darnos la razón de esa negativa. Pero si a la par del grito de duda y sorpresa que se nos sube tantas veces en los labios: << ¿Porque, Dios mío, porque?... nos contentamos con decirnos sencillamente: <<Por algo será, y algún día lo sabré>>  nos evitaremos innumerables tribulaciones.

Hay además del si y del no, una tercera respuesta que Dios da con harta frecuencia. Cuando yo pedía algo a mi madre, ella solía decirme: <<Veremos, veremos. Ten paciencia y haz todo o que puedas por conseguirlo tu mismo… y ya veremos. >> Esta es, me parece a mí, la respuesta que Dios da a muchas de nuestras plegarias.

Otras veces la suerte de nuestras oraciones depende del grado en que situación nos encontremos con Dios, es decir, que esto tiene que ver en que nuestro decir y hacer no sea a nuestro modo de ver, sino que sean congruentes a lo que El ya sentencio en su Palabra.

Tomas Edison decía: <<No sabemos ni la cien millonésima parte de nada. No sabemos la naturaleza de la electricidad. Ignoramos lo que es el calor. Hemos levantado toneladas de hipótesis acerca de todas estas cosas. Eso es todo. Mas no por eso dejamos de utilizarlas. >>

Otro tanto sucede con la oración. En realidad, no sabemos ni la cien millonésima parte acerca de ella. Sin embargo, lo que debemos saber es que Dios sin nuestras oraciones seguirá siendo El mismo, mientras que nosotros sin la oración imposible  encontrar otro puente para allegarnos a Dios.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Yo, para todo viaje -siempre sobre la madera de mi vagón tercera, voy ligero de equipaje. Si es de noche, porque no acostumbro a dormir yo...