Cuando
era un niño, pedí de regalo una bicicleta el día de Navidad, y mientras
por un lado porfiaba yo en suplicas, por el otro imploraba
fervorosamente el auxilio del cielo todas las noches. No me regalaron la
bicicleta, pero recibí en cambio una lección que me ha sido
infinitamente útil y precioso más que nada.
Cuando
mi madre sentencio en tono inapelable: <<Tendrás que ir
conformándote. No te puedo regalar la bicicleta>> yo respondí:
<<Tal vez se haga un milagro. >> -Un milagro es algo mas que
alcanzar uno lo que pide –dijo mi madre-. A veces hay un milagro mayor
en no recibir lo que se pide.
Todavía
no he conocido a nadie que, por muy profundamente contrariado que
estuviera, no se haya sentido confortado o fortalecido al convencerse de
que no hay oración que no sea oída. Dios no siempre responde que si,
pero responde.
Hay
mucha gente que deja de orar porque se considera defraudada en sus
ruegos. Y eso se debe a que en tal o cual ocasión rezaron por la salud
de un ser querido, o porque Dios les concediera fuerzas para vencer una
flaqueza moral, o para que consiguiese un empleo buscado. Y han visto
morir al ser querido, o han caído por centésima vez en el mismo
arraigado hábito vicioso, o no han conseguido el empleo. << ¿De
que sirve rezar? –se preguntan con desconsuelo- ¡Dios no me has
escuchado!>>
Pocas
veces nos damos cuenta de que una desilusión, o sea: el librarse de una
falsa creencia, es quizás una de las cosas mas saludable que nos puede
ocurrir, sobre todo a los que han tenido siempre a Dios por una especie
de Rey Mago o como el genio de la Lámpara Maravillosa que todo lo
complace que, a fuerza de oraciones da cuanto le pedimos.
¿Qué
es entonces la oración? Pues, es nada menos que una conversación con
Dios. Si, es verdad, si hiciéramos de la plegaria un modo de
conversación, habríamos comprendido su verdadera naturaleza. En vez de
una conversación con Dios, solemos convertirla en un ultimátum.
Las
oscuras garras de la desesperación no podrán hacer presa en nuestro
animo si confiamos nuestras penas a un amigo leal que las comprenda, y
ese es el secreto del alivio que recibe el alma atribulada cuando da con
una persona a la cual pueda confiar libremente sus penas. He ahí el
bálsamo que encuentra el corazón atormentado cuando acude al Consejero
para quien todos los corazones están abiertos, que conoce todos nuestros
deseos y a quien no se oculta ningún secreto ni pensamiento alguno.
Un
himno muy bonito dice que << la oración del alma es el medio de
solaz que surge en el corazón y da paz. ..>> Muchas personas que
no se arrodillarían nunca en una iglesia acuden a tenderse sin titubear
en el sofá del siquiatra, a pesar de que cada día son más los consejeros
que cuando nos ponemos a reunir o volver a reunir los dispersos
fragmentos de nuestra personalidad, iniciamos una tarea que, llevada su
lógica consecuencia, se convierte en una oración.
La
oración es, con toda certeza, la expresión del sincero deseo de un
alma. Y somos muy contados los que acertamos a ver los milagros que se
obran en torno nuestro, porque no sabemos que es lo que en realidad
deseamos en este mundo. Muchas veces no empezamos a descubrirlo hasta
que se nos viene el mundo encima y nos obliga a contemplar la existencia
bajo un nuevo aspecto, aspecto que acaso se nos presenta por primera
vez cuando Dios nos dice ¡No!
A
la hora del desengaño no es precisamente a Dios y sus propósitos a
quien debemos hacer objeto de muestras dudas. Por intenso que sea
nuestro deseo, por vivo que sea el fervor con que pedimos, cuando Dios
dice que <<no>> debemos someter a escrupuloso examen tanto
nuestras peticiones como nuestra conciencia. Muy a menudo deberíamos
preguntarnos si la causa de que no sean escuchadas nuestras oraciones
reside en las oraciones o en nosotros mismos.
Con
todo, seriamos ciegos si no reconociésemos que aun cuando nuestros
deseos sean legítimos y aun cuando nosotros seamos dignos de
alcanzarlos, Dios, sin embargo, puede decir ¡No! ¿Por qué?
Lamentablemente,
a menudo sucede que solo el tiempo es capaz de darnos la razón de esa
negativa. Pero si a la par del grito de duda y sorpresa que se nos sube
tantas veces en los labios: << ¿Porque, Dios mío, porque?... nos
contentamos con decirnos sencillamente: <<Por algo será, y algún
día lo sabré>> nos evitaremos innumerables tribulaciones.
Hay
además del si y del no, una tercera respuesta que Dios da con harta
frecuencia. Cuando yo pedía algo a mi madre, ella solía decirme:
<<Veremos, veremos. Ten paciencia y haz todo o que puedas por
conseguirlo tu mismo… y ya veremos. >> Esta es, me parece a mí, la
respuesta que Dios da a muchas de nuestras plegarias.
Otras
veces la suerte de nuestras oraciones depende del grado en que
situación nos encontremos con Dios, es decir, que esto tiene que ver en
que nuestro decir y hacer no sea a nuestro modo de ver, sino que sean
congruentes a lo que El ya sentencio en su Palabra.
Tomas
Edison decía: <<No sabemos ni la cien millonésima parte de nada.
No sabemos la naturaleza de la electricidad. Ignoramos lo que es el
calor. Hemos levantado toneladas de hipótesis acerca de todas estas
cosas. Eso es todo. Mas no por eso dejamos de utilizarlas. >>
Otro
tanto sucede con la oración. En realidad, no sabemos ni la cien
millonésima parte acerca de ella. Sin embargo, lo que debemos saber es
que Dios sin nuestras oraciones seguirá siendo El mismo, mientras que
nosotros sin la oración imposible encontrar otro puente para allegarnos
a Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario