jueves, 26 de mayo de 2016
En una oportunidad en el que me hallaba recostado en el sillón, se me acerco mi madre y me contó que cuando yo era un niño de cinco años me gustaba coleccionar soldaditos de plástico- Y que cuando me enfermaba los ponía sobre mi cama, y estaba horas y horas enteras jugando con ellos. Después de haber pasado las enfermedades infantiles y empecé ir al colegio, me fui olvidando de mis soldaditos, y los relegue en un rincón de un depósito de la casa. Y cuando cumplí 10 años tuve que quedarme un día en cama. Y que una tarde así enfermo fui al depósito por mi caja de soldaditos, pero al rato los había llevado nuevamente al depósito. Ante la explicación a mi madre en aquella ocasión atine a decir: “Ya no me hablan”.
miércoles, 25 de mayo de 2016
¿Qué código de valores es lo que prevalece hoy en día? Muchos que dudan de sí mismos debería tener presente, que nada ha invalidado una sabiduría moral, tan forzosamente adquirida en el transcurso de los tiempos.
¿Cuáles son los valores que tienen importancia para el mañana? ¿Se dice la verdad, tanto a los otros como a sí mismos? ¿Son capaces de mostrar sensibilidad y compasión por los demás?
Un hogar feliz es la mejor escuela del amor. Si no se ama a los hijos en la infancia hasta sus años de formación, no podrán aprender a amar a los demás, ni podrán ser felices ya adultos. Sin embargo, el amor no basta, se requiere disciplina para desarrollar una personalidad competente, seguro de si mismo.
sábado, 14 de mayo de 2016
viernes, 13 de mayo de 2016
Unos obreros que
trabajaban en la construcción de un invernadero, dejaron un día en pleno
campo un gran vidrio en posición vertical. Un jilguero que volaba raudo
sobre el terreno choco con él y, a consecuencia del golpe se desplomo
sin sentido. Cuando volvió en si voló presuroso a su club. Y, mientras
le vendaban la cabeza y le daban un trago para reanimarlo, le pregunto
una gaviota:
-¿Qué te ocurrió?
-Venia volando a través de una pradera –explico el jilguero- cuando de pronto el aire se cristalizo ante mí.
La gaviota, un gavilán y un águila estallaron en carcajadas, mientras que una golondrina escuchaba gravemente.
-Durante 15 años,
primero de valentin y luego ya crecido –dijo el águila- vengo volando
por estos campos y puedo aseguraros que no hay tal cristalización del
aire ni nada parecido. Del agua si pero no del aire.
-Lo más probable es que haya alcanzado un granizo –dijo el gavilán al jilguero.
-O acaso hayas sufrido un desmayo –intervino la gaviota.
-¿Qué crees tú golondrina?
-Pues yo creo… creo que tal vez el aire se haya cristalizado.
Las grandes aves
prorrumpieron en carcajadas tan estrepitosa que el jilguero, irritado,
aposto a cada uno de ellos una docena de gusanos a que no volasen en la
misma trayectoria que el sin chocar en la cristalizada atmósfera. Todos
aceptaron la apuesta; y la golondrina solo los acompaño por curiosidad.
La gaviota, el águila y el gavilán decidieron volar por la trayectoria
indicada por el jilguero.
-Vuela tú también –dijeron a la golondrina- Yo… no; prefiero no volar.
Con eso, los tres
grandes aves echaron a volar juntos, y los tres se dieron un batacanazo
contra el cristal y se desplomaron sin sentido.
A veces, la prudencia no esta demás.
martes, 10 de mayo de 2016
Estar
extraviado y aprender con humildad son dos cosas muy parecidas. Después
de la primera impresión de desconcierto, estar perdido puede
convertirse en una experiencia, y muy agradable por cierto, como la que
viví una vez cuando viaje a un distrito lejano hace ya un tiempo atrás.
De pronto me vi en una plaza cuyas calles eran de una sensación
acogedora. En unos pequeños puestos había gente que vendían de todo
sentados en banquillos y otros en el suelo. Una mujer trataba de
venderme un par de aretes de fantasías y unos collarines muy bien
labradas. “Para su noviecita”, decía. Y salí comprándole aquellos
aretes y el collarín.
Cuando
llegue al paradero a pedir indicaciones para llegar que ómnibus tomar
para regresar a mi casa, fue cuando empecé a disfrutar del placer de
estar extraviado. Fueron maravillosas las cosas que vi entonces, y que
de otra manera jamás habría visto. Vi a una anciana vendedora de flores,
con su canasta ya vacía, excepto por una rosa amarilla. Se había
descalzado y se frotaba los pies mientras en el rostro se le dibujaba
una complacida sonrisa, en la que traslucían los afanes del día. Le
compre la rosa amarilla. Vi luego a un vendedor de revistas con barba
blanca como la nieve, como si el sol invernal atisbara entre nubes de
tormenta. Le compre la revista. Ya de regreso vi a un intelectual muy
anciano que dormía en un asiento, frente al mío en el carro, con un
libro abierto sobre las piernas, en su frente había arrugas de una vida
consagrada al estudio; poco antes de bajarme del ómnibus, lo vi
despertar y sonreía a su libro, como si le pidiera perdón por haberse
quedado dormido; me sonrió y me dijo: “La gran luz esta menguando”.
Por
último, al bajar del ómnibus, ya estaba oscureciendo la tarde, y tome
la dirección correcta y me saludo un cielo en el que solo se veía una
estrella solitaria. Dios no había apagado todas las luces de su casa;
dejo una para que guiara las almas rumbo al hogar, para que nadie se
perdiera.
No
fueron muchos mis tesoros aquella tarde: una rosa, una revista, el
recuerdo de una sonrisa, la luz de una estrella. Pero, ¿de qué está
hecha la vida, si no de estas pequeñas cosas?
lunes, 9 de mayo de 2016
Cuando
en una ocasión tuve que trasladarme para hacer una diligencia, y el sol
arriba me invitaba a caminar en vez de ir en ómnibus, mis pasos me
llevaron a un parque conocido del lugar, en las cercanías de la playa en
un malecón, para hacer un paréntesis. Y me vi parado frente al mar.
De
pronto me vino a la memoria cuando era un niño, miraba desde la ventana
del comedor a dos vecinos amigos enterrar bajo un gran árbol a su
perro, que había sido atropellado por un automóvil. Yo nunca había
querido mucho al animal, pero como sabia que ellos lo adoraban más que a
nada en el mundo, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, de
pensar que hubiera sido mi perro si lo tuviese.
En
ese momento me llamo mi madre, diciéndome que deseaba mostrarme algo. Y
a través de otra ventana me señalo tres retoños que habían florecido en
el jardín.
Al
volverme con la intención de salir corriendo por verlos de cerca y
olerlos, mi madre me puso su mano bajo el mentón y, fijando en mí sus
tiernos ojos llenos de sabiduría, me dijo:
-La ventana por la cual mirabas no era la que te convenía, hasta que crezcas y lo entenderás.
sábado, 7 de mayo de 2016
En el desierto de Mojave, es frecuente encontrar las ciudades fantasmas. Construidas cerca de las minas de oro, eran abandonadas cuando todo el producto de la tierra había sido extraído, habían cumplido su papel y ya no tenia sentido que continuaran siendo habitadas.
Cuando paseamos por un bosque, también vemos arboles que,una vez cumplido su papel, terminaron cayéndose. Pero a diferencia de las ciudades fantasmas, ¿que sucedió ? Abrieron espacio para que la luz penetrase, fertilizaron el suelo y tiene sus troncos cubiertas por vegetación nueva.
Nuestra vejez dependerá de la forma en que hayamos vivido. podemos terminar como una ciudad fantasma. O, tal vez, como un generoso árbol, que continua siendo importante incluso después de haber caído a tierra.
Cuando paseamos por un bosque, también vemos arboles que,una vez cumplido su papel, terminaron cayéndose. Pero a diferencia de las ciudades fantasmas, ¿que sucedió ? Abrieron espacio para que la luz penetrase, fertilizaron el suelo y tiene sus troncos cubiertas por vegetación nueva.
Nuestra vejez dependerá de la forma en que hayamos vivido. podemos terminar como una ciudad fantasma. O, tal vez, como un generoso árbol, que continua siendo importante incluso después de haber caído a tierra.
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